sábado, 18 de abril de 2009

Habeis votado "El Venusino"


«Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus.» [JOHN GRAY]

«Mi novia siempre se ríe mientras le hago el amor…
(no importa lo que esté leyendo).» [STEVE JOBS, fundador de Apple]


LOS MADRILEÑOS LLEVAN UNA MARCHA que no hay ser humano que la aguante. ¿Qué desayunarán estos muchachos para llevar ese ritmo? Están un poco blancos, eso sí. Por tanto, una deduce que deben dormirse unas siestas de pijama, padrenuestro y orinal, como decía Cela. Por otra parte, éstos no se hacen fotos en todos los rincones, de día y de noche, que eso balda. Tienes que decírselo a Pili (en cuanto la pilles a solas). No bebe ninguno, nadie fuma. Estáis quedando como un atajo de viejas viciosas.

Os han llevado corriendo, de una punta a otra de Marbella, y cuando llegáis al lugar elegido, no hacen más que bailar, gritar, dar saltos… casi echáis de menos la tranquilidad de los lobos de mar.

Hacen mucho pis (mucho más frecuentemente que vosotras) y, además, van todos en manada. Eso os desconcierta, creíais que las únicas que se comportaban de esa manera erais las mujeres. De todas formas, es totalmente lógico que vayan tanto al servicio porque están bebiendo agua toda la noche.

En cuanto has visto a Armando, se te ha caído el alma a los pies (o las bragas al suelo, como te ha dicho Carlota). Lo que te ha dicho Helena es que llamándose Armando no se puede esperar nada bueno de él: «Pero ¿cómo puede alguien llamarse Armando? ¿Armando qué? ¿Armando camorra, armando un mueble del Ikea?». Adriana se ha limitado a ponerse bizca, sacar la lengua y jadear como un perrito.

En fin, Armando es una interesante mezcla entre la candidez de Eduardo Noriega y el poder sexual de Lenny Kravitz. Lo que tú te dices es que te lo merendabas enterito y luego repetías, pero que más te vale quitártelo de la cabeza porque, al parecer, no se ha enterado de que existes. Va, viene, habla, pide en la barra su benjamín acuático, vuelve, se va al servicio, viene con el pelo mojado, despejado hacia atrás. Se va a la pista, chilla, salta, baila… Charla con todas, las del grupo y las de fuera de él, pero no parece tener interés por ninguna. Lo mismo es otro hombre ideal. ¡Vaya usted a saber!

A eso de las seis de la mañana a los madrileños se les ocurre la genialidad de ir todos a la playa (de Torremolinos ¡hala!, como si Marbella no tuviera una). Estáis destrozadas. Pero ellos se empeñan en darse todos un chapuzón. Algunas de tus amigas empiezan a quejarse: «¡Ni locas!». Pero al final todas termináis en el agua, tanto las que se han desnudado, como las que no lo habéis hecho.

Cuatro energúmenos te hacen correr por toda la playa hasta el paseo marítimo para darte alcance, finalmente. Se materializa ante tus ojos la imagen de un hombre de Cromagnon que persigue a la hembra elegida, la agarra por los pelos y la arrastra hasta la cueva. Y cuando te cogen a la silla de la reina, se te ocurre caer en el estúpido detalle de quitarte los zapatos. Que digo yo ¿qué más dará que se te mojen los zapatos, si vas a acabar empapada entera?

Cuando estás frotando tus párpados, tratando de evitar la molestia de la sal y la arena, de repente, un tipo viene a cogerte en brazos. Lo miras y te llevas el sorpresón: ¡es Armando!

Te ha alzado como si fueras una pluma, sin el menor esfuerzo, y te conduce hasta una canoa de alquiler, de esas que están encadenadas en la arena. Te sienta en ella, coge tus zapatos, te seca los pies con su camiseta y te calza amorosamente. ¡Te quedas alucinada! No haces más que mirarlo tiernamente (a él, porque a sus musculosos brazos los estás mirando de otro modo).

Pero claro, habéis acabado tan chafadas que estáis deseando llegar al apartamento y secaros. Por tanto, ahí se acaba la primera cita con tu hombre de Neanderthal.

Al día siguiente veis a unos cuantos madrileños en la playa. Tomáis con ellos unas cervecitas en un chiringuito. Armando no está. Quieres preguntar por él, pero ¿a cuento de
qué? Te callas.

A eso de las ocho y media de la tarde suena el portero automático. Armando y su amigo Antonio vienen a interesarse por lo que vais a hacer esa noche. Tú te pones como un flan y vas al cuarto de baño a arreglarte esos pelos (un verdadero asco) que te deja el ambiente húmedo de la costa. Suben, se toman una cerveza y Armando no hace más que mirarte.

Aparece Ismail (el moro) dirigiéndose a la nevera en paños menores (como siempre) a echarse uno de sus habituales tragos de tinto de verano (a morro, directamente de la botella):

—¡Eh! —Sonríe a Armando—. ¿Qué pasa, tío?
—¡Hombre, Ismail! —se sorprende Antonio—. ¿Cómo tú por aquí?
—Yia ves, trionko. —Se encoge de hombros Ismail.

A vosotras os choca que se conozcan, pero no preguntáis, en realidad no importa gran cosa.

Salís y se repite la noche anterior. Para Armando eres transparente. No estás, no has venido, te fuiste. Esta vez, a las siete de la mañana os vais todos a un chalet que tiene uno de ellos en Estepona. Se repite el nocturno baño, esta vez en la piscina. Y mientras estás intentando flotar, cuando toda tu ropa (y los zapatos) te quieren arrastrar al fondo, Armando viene buceando hacia ti. Se acerca. Está completamente desnudo.

Tratas de agarrarte al borde de la piscina (más que nada por no desmayarte) y te besa. «Pero ¿qué le pasa a este chico? —piensas—. ¿Es que le pone verme empapada?» Os quedáis a dormir sobre las tumbonas en el jardín.

Cuando el sol empieza a arder en vuestras caras y, por lógica, os despierta, buscas con la mirada a Armando, pero no está. Ha debido de subir a alguna habitación a dormir. ¡Claro, como ya te has secado!

Al mediodía, llegáis todas tus amigas y tú a la playa y coméis, pero allí no aparece nadie.

Por la tarde, a eso de las nueve, tiembla tu móvil: mensaje desde un número desconocido. Lees: «e aprovechad k stabas durmiend xa piyar tu numro.kiero verte pero mjor q no ns veams oi».

Lo lees de nuevo ¡No entiendes nada! ¿Quién es ése y qué idioma habla? Pero Camila te lo traduce en voz alta:

—He aprovechado que estabas durmiendo para pillar tu número. Quiero verte, pero mejor que no nos veamos hoy.—Se encoge de hombros—. ¡Hija, está clarísimo! ¡Es tu marciano!

¿Por qué? ¿Cuándo entonces? ¿Mañana? El venusino este te está desconcertando. Y eso es siempre un acierto (el tío es listo de narices), porque para ganar la batalla lo mejor que puedes hacer es confundir al enemigo. Dejarlo hecho un lío, fuera de combate, que se coma bien el tarro.

La noche siguiente, tu grupo ha quedado con ellos en Fuengirola. Hay un concierto en no sé qué pub de no sé quién, y vais todos a verlo. Vuelves a buscar a Armando con la mirada, pero ni rastro. Al fin aparece. Esta vez se acerca directamente a ti y tú te pones a tocar el cielo con la punta de los dedos de la felicidad suprema que te ha entrado súbitamente.

Tras un rato de charla, te pide el número de Amelia que, por lo visto, le encanta. Te dice que eres una tía maravillosa y que te necesita como amiga. Te presenta a un chico que acaba de conocer (ni te enteras del nombre) y te deja con él como si acabara de entrar de visita en una casa, colgar su chaqueta en el perchero e introducir el paraguas en el paragüero (aunque tú tienes la visión de que te lo ha partido en la cabeza).

El venusino deja de tener su gracia. Ya no es que sea raro, es que está flipao. Si quiere el número de Amelia, que se lo pida él o que se moleste en robárselo, como hizo con el tuyo. Y, teniendo amigos así, ¿quién desea enemigos? Curiosamente no se acerca a Amelia, para nada. Se pasa gran parte de la noche charlando con Helena.

La noche siguiente estás agotada (además de rebotada) y decides quedarte a dormir.

A las cuatro de la mañana, alguien golpea el cristal de la ventana. Pero ¿cómo es posible si es un quinto? Armando ha trepado por un árbol y creía que tu ventana iba a estar abierta. No contaba con la brisa fresca de la madrugada.

¿Flipao dijiste? ¡Este tío está tarao perdido! Pero le abres, ¿qué vas a hacer? Te empieza a besar apasionadamente y no te deja respirar. Le preguntas (en cuanto te lo permite) si no le gustaba Amelia. Y te dice que no, «que había sido para ponerte a prueba». ¿A prueba de qué? Pero ¿realmente sabe lo que está diciendo? Empiezas a pensar que este chico dice lo que sea con tal de que te calles. Y que es de esos que si les preguntas, por no quedar mal, van y se inventan cualquier cosa.

Si ya lo digo yo siempre: «Si no quieres que te mientan…, no pre-gun-tes».

Un beso lleva a otro y una caricia a otra más, y termináis, finalmente, donde te encontrabas antes de que hubiera llegado. Os pasáis la noche entera haciendo el amor. ¡Seis de golpe!, y sin descanso. ¡Estará tarao, hija, pero este chico es una maravilla! Vamos, que si el sanatorio mental de Ciempozuelos está lleno de éstos, yo fijo mi residencia allí.

Y, al fin, cuando el sol entra por la ventana, se queda dormido. Le dejas una nota: «Nos hemos ido a la playa. Cuando te despiertes, desayuna lo que quieras. Nos ponemos donde siempre. Besitos, Natalia».

Os levantáis, os ducháis, os ponéis el bañador, vais a la playa, os vais a comer, regresáis, y allí sigue: durmiendo como un bendito. Te tumbas a su lado, te duermes tú, te vuelves a levantar, volvéis a arreglaros para salir. Os vais de marcha.

Ligas con un argentino (Sebastián) y a éste no lo quieres perder por nada del mundo. Además, de tu venusino-flipao-pirao ya esperas poco, o nada. Así que te lo llevas al apartamento.

Pero cuando llegáis, os encontráis con que Armando sigue durmiendo, con la nota en la mesilla y a vosotras os da la risa. Afortunadamente, a Sebastián también (es lo bueno del «turismo sexual», que nadie espera nada de nadie, ni coherencia, ni mucho menos decencia).

Algunas de tus amigas se han traído acompañante igualmente. Y no te olvides de Ismail (el moro), que sigue allí, con Pilar secuestrada y blanca como la leche (pobre muchacha).

Así que tenéis que hacer unos cuantos cambios de apartamentos, cuartos y camas.

Al final, a Armando se lo juegan a piedra-papel-tijera las que venían sin ligue.
—Carlota, te ha tocado, hija. —Sonríes a tu amiga.
—Bueno, yo estoy hecha polvo… duermo donde sea, y éste está out, así que no creo que me ataque… —Se encoge de hombros—. Oye… pero ¿respira?
—Mira a ver si huele mal. —Se acerca a él Camila.

Armando amanece a las siete de la mañana del día siguiente, con las arrugas de la sábana marcadas en la mejilla y mira a su lado: Carlota está durmiendo junto a él.

La abraza, besa su carita y le dice muy romanticón:
—Me lo pasé genial anoche.

Carlota, somnolienta, entorna los ojos forzando la nublada vista y le responde:
—Y yo también, tigre, y yo también.

Pocos días después te queda bastante claro el misterio. A Pilar le ha confesado el moro que Armando es uno de sus mejores clientes: el venusino no es más que un tipo que se mete sustancias psicotrópicas desde que amanece hasta que cae rendido en cualquier rincón. Pero cuando cae rendido, puede que despierte dos días más tarde.

Tenéis que decirle a Pilar que ese moro tiene que salir pitando del piso.
—Dejádmelo a mí —se presenta voluntaria Helena—, que yo tengo mano izquierda. ¡Piliiiiii!
—Dime. —Pilar sale del cuarto de baño.
—Pili, bonita mía, hay que bajarse al moro —Helena ataca directamente.
—¿Qué? —Arruga la nariz ella—. ¿Has perdido la olla? ¿Quieres que trafiquemos con drogas?
—No, mona, no —aclara Helena—. HAY QUE BAJARSE AL MORO DEL APARTAMENTO. A ver si lo entiendes: el moro 'se está bajando al moro' y puede que lo haga desde aquí y sólo nos faltaba acabar en comisaría.

¿Te extraña lo de Ismail? Vamos a ver, mona: en veranito, en Marbella (en aquel entonces, la capital de la corrupción) y con ese ritmo de vida, no ibais a conocer a un buen muchacho árabe que reza sus oraciones orientado a La Meca por la mañana, al mediodía, por la tarde y por la noche, que no bebe alcohol ni come carne de cerdo y que visita la mezquita con la misma frecuencia que el locutorio para enviarle dinero a su madre enferma… Vamos, lo que se dice un hombre de bien como manda Alá.

Y respecto a los madrileños, ahora comprendes por qué no bebían más que agua, por qué llevaban esa marcha y por qué no aparecían hasta las tantas de la noche. También lo de los aseos públicos cada dos por tres y lo de mojarse el pelo y refrescarse. Te encaja todo, hasta lo de que funcione por venadas. Empiezas a recordar nombres de drogas como el éxtasis y algunas de las utilidades de la cocaína (en caso de uso tópico local) con respecto a las prácticas sexuales.

El hombre psicotrópico no es dueño de sus pensamientos. En realidad, se le han caído las dos neuronas que le quedaban en la última raya, pastilla o cristal. Y los sentimientos funcionan como tics nerviosos que responden a estímulos externos que le producen las drogas (no el cerebro, el cerebro lo tiene hecho puré).

No le des más vueltas, no intentes comprenderlo. No tiene ninguna explicación. Es algo así como intentar averiguar dónde pasan las mariposas el invierno o por qué una mamá pega a su hijo después de que se caiga al suelo (como si no se hubiera hecho ya suficiente daño, el pobre). Algo así como el enigma que encierra el que nadie reconozca en Clark Kent a Superman, o el motivo por el cual nadie muere en los dibujos animados, o por qué Gene Kelly se pone a cantar a lo tonto, sin tino ni camino, en todas las películas, o la razón por la cual el Coyote jamás pilla al Correcaminos, o por qué nadie hace caso a la vieja, o el viejo que previene del peligro en las películas de terror, o que el coche nunca arranque cuando el prota tiene que salir huyendo…

Hoy a las dos de la tarde muere por ti, pero a las cinco se tira a por otra, a las ocho sale del armario y a las siete de la mañana no se acuerda de cómo se llamaba su madre y a ti te confunde con su tía la del pueblo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Anda con los venusinos...no pense que fuera a ganar esta modalidad :D

Miriam dijo...

Piensa, querida "anónima" que lo de los seis... tira mucho