lunes, 14 de julio de 2014

Reseña de "La Cultura para el que la digiera" de Miguel Albandoz. (Véase que hasta la PERRA QUIERE LEERLO!)











¿Quién no se ha preguntado, alguna vez, si es que uno está desubicado/obsoleto, es un perfecto analfabeto o no tiene pastelera idea “DE LO QUE EH LO GÜENO-GÜENO, de verdad-de verdad, Mari, te lo juro por mi muro”?

Pues Miguel Albandoz, como un mortal más, se lo ha debido preguntar en más de una ocasión y se ha vestido "de luces", como un valiente torero, para llamar a las cosas por su nombre, corriendo el peligro de que lo tachen de políticamente incorrecto y que, a partir de este momento, sea excluido de muchas conversaciones de salón.

Y, como un kamikaze, se tira en plancha con el cuchillo entre los dientes, para narrarnos la historia de un “Anselmo” de la vida, un ser “Igual” a todos los del montón, un humano muy "normalito y corrientucho" que sueña con ser un novelista de prestigio, fama y renombre (¡nos ha jorobado! ¡Y yo!) pero no da pie con bola en su Olivetti (o en el papel, o en el Toshiba). Y, (un mal muy común en nuestros días), a pesar de haberse licenciado en Periodismo, “corre la suerte” de haber encontrado empleo como vigilante del Museo De Arte Muy Moderno:

Hay que joderse con el arte moderno. Al Andru este se le cae un poquito de pintura sobre la tela y, en lugar de limpiarla o aprovecharla para pintar un cuadro en condiciones, le pone un marco y a correr”.

¡Y da en el clavo! Porque, el autor, que de tonto no tiene un pelo, logra desde la página 9 (que es donde comienza el primer capítulo) que el lector empatice con el protagonista. Y no sólo con él, sino con el narrador que actúa, interactúa, opina y no deja títere con cabeza.

Los “tecnicistas” tal vez echen de menos un narrador omnisciente y lo critiquen negativamente. Servidora no, ¡en absoluto! Ya me inventé a Serena de Brie en mis primeras dos novelas para que “metiera las narices” en todo y, en mi tercera, la he matado para darme ese gustazo yo solita.

Este narrador cotilla y metementodo, adicionalmente, mima al lector hasta el punto de hacerle partícipe de la narración:

Podríamos realizar un análisis concienzudo acerca de las causas de su angustia, pero lo resumiremos en tres palabras: miedo a chafarla.”

Podríamos exponer más ejemplos, pero convendrá retomar el hilo de nuestro relato antes de convertirlo en un verdadero dramón.”

Emprendió un recorrido mental por su época universitaria y entonces, como si su subconsciente se hubiera hartado de ocultarlo, un horrible recuerdo emergió de las profundidades de su psique y se apoderó de su pensamiento y de nuestro relato.”

El resto de personajes en la historia son la guinda del pastel para dar lugar al enredo y que se provoquen situaciones delirantes, caricaturescas y tan extravagantes como hilarantes:

ü Azucena, encantadora joven guapa (y, además, lista) que en cuanto se tropieza (y nunca mejor dicho) con nuestro tímido Anselmo, le deja totalmente noqueado y enganchado hasta las cejas.
ü La prima de ésta y su ex… (¡Tela tiene el Mamerto!)
ü El director de ambos en el Museo, su parienta, su suegro…
ü Y el Club de Amantes de la Cultura Selecta.

Y, como si hubiera creado la receta de la creación de un best seller, Albandoz, nos presenta los ingredientes:

*  250 grs. de amor y romanticismo;
*  250 grs. de misterio (que también lo hay);
*  250 grs. tanto de héroes como villanos, con un punto de familiaridad
(Vamos, que los malos también te caen bien y tienen su je ne sais quoi).
* Y 250 grs. de ambientación cinematográfica. (Si Almodóvar, Álex de la Iglesia, Juanma Bajo Ulloa y Garci, entre otros, no se animaaaan… casi estoy por hacerlo yo)

Modo de preparación: Se bate la mezcla con 258 páginas de risa (de la primera a la última) y se deja reposar, no muy lejos de los que tengan deficiencia de serotonina pero tampoco muy al alcance de los niños (no vaya a ser peor, queeee, el mío ya me lo ha pedido repetidas veces de tanto que me ha visto despiezarme en carcajadas. De hecho, él mismo ha fotografiado la imagen colgada en esta entrada)

En cuanto a su estilo, pues me repetiré porque ya leí su primera novela “Tengo ganas de morirme para ver qué cara pongo” y me dejó entusiasmada. Tengo que prevenirle, eso sí, que se ha dejado el listón muy alto (¡A ver qué se inventa para la próxima):

Miguel Albandoz denota maestría con su riqueza de vocabulario y su cultura (ya sé, ya sé, será para el que la digiera pero no todos hemos degustado ese plato) y sigue teniendo muchísima gracia con sus comparaciones, tales como:

“Una de esas bellezas que hacen que los bizcos descrucen la mirada a su paso.”

“caminaba tan ensimismado que hasta un artrítico con las manos enfundadas en guantes de boxeo podría haberle dejado sin paraguas, sin dinero y sin calcetines.”

“Si la conciencia ecológica desprendiera calor en la coronilla de Mamerto se podrían freír patatas.”

“Se produjo en su rostro un resplandor rojo de tal intensidad que los vehículos que circulaban a esa hora junto a la universidad se pararon a esperar la luz verde.”

“Cualquier investigador del National Geografic daría una oreja por toparse con semejante espécimen en un claro del bosque.”

¡Vaya, que, en mi humilde opinión, conocer su obra ha sido todo un acierto! No os digo más que no muchos autores pueden afirmar que yo haya leído dos libros seguidos con el mismo nombre, bajo el título.

Insisto: Y con ello, TRIPITO mi último párrafo en mi anterior reseña: Quevedo, Lope de Vega, Shakespeare, Arniches, Jardiel Poncela, Muñoz Seca, Antonio Lara (Tono)... MURIERON y a Eduardo Mendoza LE DUELE LA CABEZA, ¡¡NOS QUEDA MIGUEL ALBANDOZ!!