miércoles, 1 de junio de 2016

Me bajo en la próxima pero nos vemos al otro lado del puente




Hola, cariño,


Sé que ahora el aire no pasa de tu garganta. Tienes un nudo estropajoso en mitad del esófago y ni siquiera puedes tragar con normalidad. Lo sé.


Sé que el primer pensamiento de tus amaneceres es una pregunta sin respuesta: “¡¿Por qué despierto?!


Y que te pasarás el día anhelando que la noche llegue, te acurruque entre las sábanas y te lleve lejos de donde estás. Deseando que nada te desvele para volver a entregarte en los brazos de cualquier sueño que te evada de la realidad y facilite el hecho de no enterarte de lo que está sucediendo.


Sé que te duele sonreír, no hablemos de reír.


Que te sientes culpable por incluso seguir respirando. No te atormentes, te lo ruego.


Me ha pasado, te ha pasado… Nadie elige estas cosas. Ni lo quisiste tú ni lo decidí yo.


Acepta que tu viaje no ha terminado. Que aún no alcanzaste tu meta. Que la vida continúa para ti.


Cuenta con los dedos de las manos, cada día, todos los motivos que tienes para ser feliz, para seguir luchando.


No deshagas planes, piensa que quizás no haya más “próximo mes… próximo año”, más “siguiente verano”, más “cualquier otro día” o más “mañana”. Ahora sabes de esto más que antes.


Sé que últimamente se ha inundado tu espacio de palabras huecas que vuelan en forma de alientos confundiendo ecos de boca en boca: “pérdida… pésame… la vida… Dios… el tiempo… sentimiento”, pero, por favor, recuerda que eres querido porque eres especial y la intención de todos es acompañarte, que les sientas cerca y, en la medida de lo posible, ayudarte a sobrellevar esa carga que te ha tocado.


Son más fáciles de pronunciar que “y, ahora…, ¿qué vas a hacer con tu vida?”; “¿dónde vas a guardar todos sus recuerdos?”; “¿en qué vas a invertir todo el amor que te deja y te queda?”; “cuéntame cómo era, cómo hablaba, como andaba, cómo sentía... cuando respiraba?”.


Si son amigos, de verdad (y no lo pongo en duda), entenderán que no tengas ganas de hablar. Y, es más, cuando haya pasado todo, se hayan celebrado los funerales y regrese la rutina…, -que llegará-, sentirás más la soledad, los llegarás a echar de menos. “Al menos, entretenían”.


Por otra parte, en algo tienen razón: el tiempo no todo cura, pero ayuda. Lo que más te deseo es que pase veloz para ti en esta época, al menos.


Es triste pensar que cuando los días son todos lo mismo, pasan rápido pero es totalmente necesario. Sólo te hace falta tiempo. Un poco de tiempo… un preciado, -y más o menos extenso-, periodo de duelo.


Como el que invierte aquel que perdió el oído en aprender a leer los labios.

O el que enmudeció y ahora se expresa con las manos.

O al que la vista le falló pero desarrolló el sentido del tacto y puede leer con las yemas de los dedos.


Ahora te falta el brazo derecho pero aprenderás a usar el izquierdo.

Ocasionalmente, hasta te dolerá o te picará… parece que pretendiera que jamás olvides que una vez ocupó su lugar en tu cuerpo.

Y, de hecho, recordarás ese ausente miembro, toda tu vida. No habrá nada que impida que lo eches en falta y que, a pesar de todo, aún lo encuentras necesario.


Pero llegará el día diferente. El que no volverá a ser "el mismo". En que amanecerás pensando en tu agenda de trabajo, en el próximo concierto o en el día que quedaste con amigos para ir al cine. El día en que el oxígeno, no sólo pasará de tu garganta, recorra entero tu esófago y llenará de viento tus pulmones. Un huracán que se abrirá paso entre tus labios.


Volverás a sonreír y a reír como siempre lo hiciste y como yo quiero que sigas haciéndolo.

Aprenderás a vivir sin mí como tuviste que acostumbrarte a hacerlo conmigo.

Vivirás con más intensidad cada momento porque lo apreciarás mucho más que antes, porque tendrás muy presente que puede ser el último.


Y tal vez vuelvas a amar y no me ofenderás por ello.


Será distinto, quizás más, puede que menos… ¡Bah, es igual! Yo sé que nadie me robará ese pedazo de ti que me corresponde. Que es mío, que seguirá siendo nuestro. Que siempre rememorarás, tal vez cuando estés a solas, en silencio.


Nadie podrá arrebatarnos lo que vivimos juntos y sentimos cuando éramos uno y no dos. Nadie me quitará tus caricias ni tus besos ni tus abrazos. Regalarás otros pero no puedes repartir los mismos que atesoro y me llevo muy adentro.


Recuérdame tal como soy, no vayas a equivocarte idealizándome o beatificándome. Con mis virtudes y mis defectos: aquellos que te hicieron mondarte de la risa y los que te desesperaron. Nada me decepcionaría más que hallarte añorando a alguien que nunca existió.


No hables de mí si vas a hacerlo con angustia. No podría soportar ser la causante de tanto dolor, de tanta aflicción, de tanto sinsabor, de tanta amargura.


Y, es más, si acepto esperarte hasta que volvamos a vernos, quiero que regreses idéntico al último día en que nos vimos, no te me vayas a echar a perder en el camino.


Te lo imploro: permíteme seguir viviendo, mientras vivas…


justo... AHÍ DENTRO.

©Miriam Lavilla Muñoz - 2016