miércoles, 29 de junio de 2016

La ilusión perdida y hallarla en el niño que hay en ti



ilusión
Del lat. illusio, -ōnis.
1. f. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.
2. f. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.
3. f. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.

Empezamos mal. Si la ilusión está basada en algo irreal o instado por la imaginación… lo llevamos claro. Pero también puede ser algo válido para despertar, cada día, con una sonrisa ¿Por qué no?

¿Os acordáis de nuestra infancia? ¿La ilusión con la que nos levantábamos a correr bajo el árbol de navidad la mañana de los Reyes Magos? ¿Buscando bajo la almohada el regalo que el Ratoncito Pérez nos dejó a cambio de nuestro diente?

Cuando contábamos pocos años de edad era muy fácil soñar. Lo hacíamos a todas horas y nos recreábamos en ese sueño. Acariciábamos la idea constantemente.

Aquel pequeño ser, sin cicatriz alguna, sin haber sido lastimado tantas veces, sin haber pasado por decepciones… se veía bombero, policía, astronauta, veterinario, médico, enfermera, socorrista, maestro, propietario de una gran multinacional, pintor, escritor, director de cine, actor, actriz, modelo de pasarela o publicitario, futbolista, cantante… Y, jugábamos a serlo. En realidad, lo creíamos a pies juntillas y estábamos dispuestos a luchar por ello.

Ahí nacía la segunda definición: “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”.

Esa esperanza sólo dependía de nosotros. De nuestra voluntad. De nuestro esfuerzo, nuestro ahínco, nuestro tesón. De nuestra capacidad para adelgazar haciendo régimen y ejercicio, de acostarnos todas las noches embadurnados de cremas anti-acné, de nuestra constancia para estudiar, para entrenar, para ensayar, para trabajar duro por alcanzar esas metas. Nadie se nos ponía por delante. ¡Nos íbamos a comer el mundo!

¿Cuándo nos rendimos? ¿Por qué perdimos el rastro de ese chiquillo que un día vivió ahí adentro? ¿Dónde fueron a parar él y todos aquellos sueños?

Debe estar por ahí, oculto, esperando a ser rescatado. La gente que lo encuentra, de nuevo, es capaz de desandar el camino y recomenzar a andar uno nuevo. Gente que suspendió selectividad, que no terminó el bachiller superior, gente que ya con hijos mayores o incluso nietos… ¡¡¡Volvieron a la universidad o a retomar sus estudios!!! A aprender idiomas, a poner sus casas como centros de acogida para animales abandonados, a apadrinar niños del tercer mundo, a adoptarlos… A hacer “locuras” ante el pasmo total del ajeno circundante o de, como cantaba Manolo García "ante el asombro de un transeunte solitario".

Gente que no se resignó a vivir bajo el mismo techo con una persona de la que se enamoraron, hacía tiempo pero por la que, hoy por hoy, ya no sienten nada. O no soportan. O ya no tienen nada en común, ni de qué hablar. Amores rotos hechos añicos, cuya reconstrucción es inviable.

Infelices que se incorporaron de su tropiezo, se sacudieron las ropas, se lamieron las heridas, tomaron carrerilla y echaron a correr. Gente que, (para seguir con el ejemplo de la misma canción) "hizo pájaros de barro y los echó a volar".

Volando también ellos mismos. Más alto, arrojando lastre; tirando de las drizas para izar las velas, encendiendo máquinas a todo gas.

—¿No te da vergüenza, a tu edad, separarte de tu mujer / ponerte a estudiar de nuevo / hacer un curso de pintura / escultura / creación literaria?¿Casarte con un tipo al que le soplas casi veinte años?
—Y, a ti, ¿no te da vergüenza ser tan desgraciado y resignarte? ¿No hacer nada por salir de tu miseria más que quejarte... llorar tu mala fortuna y culpar a los demás de tus fracasos? ¿No te avergüenza ser tan mediocre y conformarte?

Y llegamos a la “viva complacencia por una persona / cosa o tarea

Si la ilusión de tu vida se limita a sueños del tipo “cuando me toque la lotería, me pongo a viajar / me compro el yate / el chalet de la playa / sierra / Ferrari Testarrosa…”, bájate del guindo… O mejor: bájate de internet todos los capítulos de “Los Ricos También Lloran”. Esa ilusión es más ineficaz que el ángel de la guarda de los Kennedy.

Y si esa ilusión depende de terceros ya es impensable.

Siempre habrá alguien en la cola de la pescadería que te amargue la existencia. Te encontrarás en mitad de un atasco insoportable en la M-30, te insultará el espabilao que quiere incorporarse en tu carril y a ti no te da la gana de que nadie te tome el pelo después de una hora esperando a arrancar. Tu marido habrá tenido un día de perros en el trabajo y llegará a casa con un humor infumable. Tu mujer habrá sido despedida. Tu hijo te traerá sus calificaciones y verás que ha suspendido hasta el recreo. Tu suegra enferma se tiene que ir a vivir contigo. Tu equipo de fútbol ha perdido el partido o han ganado las elecciones, sin ir más lejos: los que las han ganado.

Eso sin contar con que puede morir tu perro / gato / canario / padre / madre / un buen amigo / novio / esposo / señora parienta. Que tú o alguien importante ha enfermado de cáncer. Que tu hijo ha asesinado o robado o defraudado a hacienda y tiene que ser encarcelado. Todas estas situaciones son más difíciles de asumir. Ardua tarea y largo proceso para curar.

Si te creíste aquello del “se casaron, fueron felices y cenaron perdices”, ¡has vuelto a la infancia! Aprovecha la regresión y trata de recordar qué querías ser cuando tuvieras la edad que tienes ahora mismo. ¿Por qué te gustabas tanto? ¿Qué te hacía sentirte tan bien? ¿En qué encrucijada de caminos te desviaste y tomaste la ruta equivocada?

Y una vez que lo encuentres… cúrratelo, por favor. Y una vez más, no seas tan estúpido de dejar a “ningún tercero” (a ningún plancton) las riendas de tu vida, la capacidad de desalentarte, de desmoralizarte o de venirte abajo.

De hecho, para recorrer ese nuevo camino que te lleve a buen puerto; para montarte en el tren que te conduzca a la estación idónea, vas a tener que prescindir de personas-obstáculo que dificultarán que avances. Tendrás que aceptar el momento de la despedida, aunque duela, en cuanto se presente. Es lo que hay. Una persona que logra que no te sientas a gusto contigo mismo, no merece la pena. Son vampiros emocionales. Te muerden y succionan, junto con tu sangre, toda tu energía vital. No es necesario que te balden a hostias para estar con un maltratador. Un ser despreciable que te hace sentir insignificante y te trata como tal, ya es un maltratador en toda regla.

Da igual si tienes que decir adiós a tus mismos padres, hermanos o incluso tus propios hijos. A tus hijos les diste la vida, la educación, los valores, tu libertad, tu descanso con miles de noches en vela, tus vacaciones aún trabajando a jornada completa. No volviste a ser el mismo, te sacrificaste por ellos, les diste tu juventud, tu paciencia, tu alegría y tu buen humor, ¡lo diste todo!

Y con todo... se largaron,
sin pedir permiso ni tus bendiciones.
Reconoce que un día elegirán y tú, por mucho que te quieran, estarás en el último o penúltimo lugar en su orden de prioridades.

Una pequeña dosis de egoísmo inyectada directamente en vena es una buena vacuna y viene genial en estos casos. Quererse, mimarse, volver a recuperar la fe y la confianza en uno mismo ¡No veas lo que favorece!

Cómprate un paquete de post-its y escribe, todos las noches, el mensaje que quieras o necesites leer a la mañana siguiente. Adhiérelo sobre el espejo para que lo encuentres allí, al tiempo que te ves reflejado.

"Demuéstrate, a ti, que puedes hacerlo. Que lo valoren los demás no es importante, basta con que lo hagas tú. Cada uno tiene sus preferencias. Tú quieres conseguir la luna y el resto se conforma con la bombilla. Lo que quiere la mayoría no es lo más correcto. O, al menos, no para todo el mundo”.

“Nunca dejes de creer que puedes conseguirlo”.

“No te rindas jamás. Si no lo intentas, no lo logras”.

“Nadie dijo que fuera fácil pero tampoco que sea imposible”.

“Ganaste batallas peores, puedes salir victorioso de ésta”.

“No importa que llores, las lágrimas limpian y te hacen fuerte”.

“Continúo siendo ese niño
y sigo esperando a que cumplas tus promesas,
todas y cada una de las que me hiciste.
No me defraudes”.

© Miriam Lavilla Muñoz, 2016