martes, 17 de noviembre de 2009

Hija de "medianos"



Soy "hija de medianos".

Así me gusta excusar, de alguna manera, esa particular forma de ser que tengo.

Con esto no me refiero a que mi lugar de origen sea la Comarca de los Hobbits, que tal fielmente describió J.R.R. Tolkien; sino que mi padre, Antonio, ha sido el segundo de varios hermanos y mi madre, Paula, ha ocupado el puesto entre el mayor y las dos pequeñas de la casa.

Reyes destronados.

Niños que, por muy poco tiempo, disfrutaron del privilegio de ser la alegría de la familia para que, después viniera otro a usurparles la trona.

Desconozco si esto, realmente, afecta en la formación de la personalidad, o en el modo de conducta pero siempre se suele hablar, con cierta lástima, sobre los niños sandwiches.

Papá, por ejemplo, suele ser descrito, por toda la familia, como un tío raro. "El capitán araña que a todos embarca y, al final, falla" _dice el tío Pepe_. "Ya habló Don Perfecto" _se quejaba el abuelo, su propio padre.

Su hermano mayor era el ojito derecho de papito y, el que le seguía, el niño de mamá y por si fuéramos pocos, parió la abuela (y nunca mejor dicho) la niña bonita. La de la discordia.

Cuando 'mami' vino al mundo, ya reinaba el hombre de la casa, el tío Luis. Después la tía Manuela conquistó a papi y, años más tarde, la tía Carmen era motivo para que la abuela Victoria, su madre, se inflara como un globo aerostático, al hablar de ella.

¿Y cuándo hablaba de sus yernos?. Resultaba cómico escucharle recitar: "A mí me gusta el nombre de 'Pepe', porque los labios se unen al pronunciarlo. Pero al decir 'Antonio', ni se tocan".

Me he hartado de intentar excusar su manera de comportarse. De chillarle (sí, de vez en cuando, a mí también me cuesta comprender su actitud) y de tratar de describir, al mundo entero, lo maravilloso que es mi padre. Si alguien no ha tenido el gusto de pararse, durante unos segundos, a comprenderlo y a conocerlo, siento lástima infinita por él. Se ha perdido un buen bocado.

Uno de sus mayores retos en la vida fue enseñarnos a comportarnos con humildad: "Humildad, hijas mías. Sed humildes ante todo".

Con respecto a mi madre, no había mayor virtud en la mujer que la de la discreción. Por tanto, nos aconsejaba siempre, pasar desapercibidas en la medida de lo posible: "No respondas si nadie te ha preguntado, nena, que quien mucho habla, mucho peca y tú 'pecas' demasiado"; "No preguntes, si alguien quiere que sepas algo, ya te lo contarán".

Sinceramente, no creo que la humildad me haya conferido grandes logros en mi vida. En absoluto, lo único que ha hecho ha sido empeorar las cosas. Las personas no suelen tomarte por humilde, sino por idiota. Y de un cretino se suele abusar.

Con respecto a lo de "no pecar demasiado", me confieso una cotorra, en el más amplio significado de la palabra. Lo que no digo, me lo digo encima. ¿Qué le voy a hacer?. Y sí, la verdad, es que mi madre tenía toda la razón con respecto a esto de la discreción. Hay relaciones (familia, amigos, compañeros de trabajo) que tienen problemas de comunicación pero también las hay que tienen muchos problemas por exceso de comunicación.

Me siento totalmente integrada en este último grupo.

Doy demasiada información. Sobre todo, al enemigo.

Así que, si estáis dispuestas a ser 'ampliamente' comunicadas e informadas, sed bienvenidas a mi club: El club de las mujeres TAN TRANSPARENTES que son atropelladas con facilidad. Más que nada por aquello de no ser vistas.