jueves, 10 de abril de 2014

Reseña literaria de "Tengo ganas de morirme para ver que cara pongo" de Miguel Albandoz


Sinopsis:

“Conozcan a Facundo Palomero la tarde en que la fortuna le sonríe con una quiniela de catorce aciertos, lo que despertará una rabia desmedida en su vecina, doña Justa.
Compartan las tribulaciones de Vicente Valladar, cuya vida pende de un hilo si no consigue saldar la deuda que tiene con una familia de malhechores; para lo cual le vendría de perlas el dinero de la quiniela de Facundo.
Asistan a una reunión de la junta directiva de ´Apochical´ y descubran qué es un esponjo, una púlgara o una biela rusa.
Bailen al son de una orquesta capaz de lograr que cualquier melodía suene como el ´Porompompero´.
Diviértanse con las peripecias de la gran estrella del asesinato profesional, las alucinaciones de un carbonero reconvertido en exterminador y los despropósitos de un camarero cojo la mar de desagradable.”


Reseña:

Completamente harta de empezar libros y tener que abandonarlos en la página 41 y sin el menor remordimiento, oigan, ¡sin despeinarme siquiera! (así soy: si en la página 42 no me han enganchado, servidora lo lamenta, mire usted pero ¡no vean la de plancha que tengo!); estuve rebuscando en Amazon algo que me llamara poderosamente la atención.

Parpadearon las luces de neón del letrero enorme que se manifestó ante mis deslumbrados ojos: “MIRIAM, ESTOY AQUÍ, ¡TODO TUYO!”. Como si fuera una llamada “perdida” del destino.

Ea, ahí tuve mi primera carcajada. Nada más leer el título.

¡¡Ese tío debía ser grande!! ¿Alguien que había titulado a su obra “Tengo ganas de morirme para ver que cara pongo”? merecía toda mi atención.

Pero cual no fue mi sorpresa que, al echar un vistazo a las primeras páginas, no sólo mantuve mi sonrisa (como recién planchada), sino que continué  carcajeando y, para mayor inri, pude comprobar, (con gran satisfacción), que había dado “de chiripa” con un fabuloso autor.

Ya tenía que ser un maestro para hacer que, mientras me sujeto el estómago (evitando que vaya a estallar) y me enjugo las lagrimitas que amenazan con vertirse mejilla abajo, aún pueda deleitarme con la construcción de sus frases, con la elección de la palabra adecuada… con la búsqueda incesante de la metáfora, el símil, la comparación o la descripción perfectas:

“En su camino le salió al paso un avieso abejorro del tamaño de un aguacate, que zumbaba con la potencia del motor de un fuera borda.”

“Un sujeto chiquitito que, como el resto de sus compañeros, vestía traje gris marengo, camisa azul y corbata de cuadritos y tenía el pelo y los dientes tan brillantes que, por fuerza, había que entrecerrar los párpados para mirarle de frente.”

“Quienes asistían con regularidad a sus clases gozaban de una fortaleza, un tono muscular y una flexibilidad impresionantes. No obstante, para conseguir esa envidiable forma física tenían que ser valientes, tanto para resistir la atroz combinación de gimnasia, contorsionismo, acrobacia y torturas chinas a la que eran sometidos, como para soportar la propia visión de Lucía Fernández. Porque Lucía Fernández era fea hasta por teléfono.”

Algo, que sólo habían logrado los grandes del humor, todos mis héroes de infancia y juventud.

Y es que, lamentablemente, estamos muy, pero que muy embrutecidos (y entono el mea culpa) a la hora de leer: frases cortas, sin complicaciones, concisas, ¡al grano, vaya!. Tanto que apenas nos molesta la abundancia de repeticiones, a sabiendas de la variedad y de la riqueza del vocabulario que tiene nuestra lengua. Como tampoco nos estorba la desestructuración sintáctica o la monotonía de los textos.

Albandoz domina toda técnica y, además de con elegancia, lo hace con esa gracia “gadivasca” (término que él mismo usa), que le confiere el don de ser un verdadero encantador de serpientes; un humorista, (que no cómico o chistosillo simpaticón), completamente adictivo.

Y es que es “fino” hasta cuando habla por boca de “La Nancy”, que no es otra que la Venancia de toda la vida:

“—Ah, pues yo siempre les hago hincapiés en la necesariedad de que se posicionen el perseverativo —manifestó muy orgullosa Venancia—. Se lo digo muy clarito y les pongo entre la espalda y la pared. Es condición sin escualo: o te posicionas el porsiláctico o no hay servicio. Una de dos: o témpora o mores.”

(Al lorito que lo de los nombres tiene su tela también: Facundo, Virgilio, Evaristo, Hermógenes, Olegario… y de algunos apellidos ya ni hablemos).

Comoquiera que la envidia es muy mala (y ya le estaba hasta cogiendo tirria al Albandoz éste) me he dedicado a buscar “con lupa” el defecto… Pues cero, cero pelotero:

¿Documentación? Impecable;
¿Ambientación? Impoluta; Te creerás estar paseando por la localidad.
¿Descripción de las escenas? Perfectas… o si lo dudan, echen un vistazo a esto:

“El cojo llegó junto a ellos y, cual moderno discóbolo, lanzó el plato a la mesa. Y con notable pericia, dicho sea de paso. Notable, pero no sobresaliente. Cayó el plato sobre la mesa, la chuleta sobre el plato, las patatas sobre la chuleta y dos goterones de grasa sobre la camisa de Evaristo.”

(Atención al cojo, cuya aparición en la lectura me pilló en el metro y temí que los viajeros que me acompañaban en el vagón, se vieran obligados a llamar a un sanatorio mental e internarme).

¿Gazapos?, ¡nada, ni uno! Brillan por su ausencia.

Pero, mira, puestos a tratar de evitar la envidia (que es un pecado capital muy muy muy feo… tanto como pegar a un padre), me empeñé en tratar de hallar coincidencias con mis novelas. Y fíjate que he encontrado varias:

1) El autor comienza su historia narrando capítulos a modo de microrelatos… Ellos van introduciendo al lector en la historia y presentando a los personajes principales. A simple vista, parece que los protagonistas de los mismos, no vayan a coincidir en ningún punto de encuentro con el resto. Pero a partir de uno en particular, la historia se enreda y es donde dejan de ser “micro-relatos” para convertirse en una señora novela.

2) ¿Por qué a ambos se nos ocurrió hacer un guiño literario a “Cumbres Borrascosas”? Claro queee… las comparaciones son odiosas.

Mi guiño (en “Aceptamos marido como animal de compañía”): “El ‘atormentao’ es así, porque así nació y así quiere seguir siendo. Es más, nunca sabremos si es realmente un ‘atormentao’ o si es que es gafe. Delete, delete, delete file from memory. Sal corriendo. ¡Huye del atormentao! Tu vida va a ser algo así como Cumbres Borrascosas en Alcorcón. Y, hasta para vivir un drama, es menester hacerlo con clase.”

Su guiño: “Ni Emily Brontë, el afortunado día en que la musa le susurró al oído el argumento de “Cumbres Borrascosas”, se lanzó a escribir con el vigor y la premura que empleó Hermógenes en aquel momento. Su mano derecha se agitaba sobre el papel como gobernada por un sismógrafo en pleno terremoto.”

3) Ambos hemos decidido, bajo el influjo de una extraña configuración de vaya usted a saber qué astros, reírnos de la muerte. (Yo, en dos novelas y él, de momento, en una)

4) El tipo debe ser un observador nato o tan neurótico como yo al encuadrar los perfiles psicológicos de los personajes. Fielmente descritos. Uno de su padre y el otro de su madre.

Y no me extiendo más. Os la recomiendo 100%. Es una novela divertidísima que se lee en un suspiro y totalmente relajado. Esencial para las vacaciones de Semana Santa o Navidad o Verano… Es decir, cuando tengas mucho tiempo para dedicarle a la familia pero mucha necesidad de evadirte de la misma. E imprescindible para producir endorfinas.

Lo dicho: Quevedo, Lope de Vega, Shakespeare, Arniches, Jardiel Poncela, Muñoz Seca, Antonio Lara (Tono) MURIERON y a Eduardo Mendoza le duele la cabeza… ¡¡Nos queda Miguel Albandoz!!