sábado, 5 de julio de 2014

LA VIDA NOS MANDA SEÑALES TODOS LOS DÍAS

Unos lo llaman 'destino', otros 'Dios'.
También lo denominan 'universo' o 'naturaleza'.
Yo lo llamo 'VIDA'.
Y la vida nos manda señales todos los días.
Sólo hay que prestar atención y saber interpretarlas.
Ir contra-natura es contradecirlas.”

©Miriam Lavilla - 2014

Ya en 2007, cuando escribí “Aceptamos marido como animal de compañía” hablé de ello. Hoy vuelvo a confirmarlo releyendo:

“Estoy convencida de que la vida nos muestra muchas veces el camino que debemos seguir a través de escenas que pone ante nuestros ojos y en las que somos incapaces de reconocer una revelación. Las observamos y las encontramos de lo más cotidianas, sin analizarlas como se debiera.

El otro día fui a pasear al monte con mi perro. Nos encontramos con una cabra cuyos cuernos se habían quedado atrapados en una alambrada que separaba el monte de la carretera.

Fui a por mis herramientas y, con mucho esfuerzo, logré cortar la alambrada y dejar libre a la pobre cabra que me miraba con ojos aterrados (sobre todo a los alicates).

La cabra, lamentablemente, quedó al otro lado de la red, es decir, en la parte de la carretera. Chillé, corrí tras ella, intenté sostenerla por los cuernos y arrastrarla hacia el monte, animé a mi perro a que la asustara, me dio una hermosa coz y acabé de bruces contra el barro. Nada. Me quité el jersey y comencé a torearla:

—¡Accca, uuuuu! ¡Accca! —Pero la cabra se dirigía derechita a la calzada.

Me metí en el coche y empecé a pitar con furia. La cabra me miró con aires de superioridad (le faltó sacarme la lengua) y siguió su camino tan contenta hacia la autovía.

Yo quise ayudar a la cabra, eso está claro, pero ¿Y LA CABRA? ¿QUERÍA LA CABRA MI AYUDA?

La segunda visión fue en la óptica el día que fui a graduarme las gafas. Allí había una señora de unos setenta años acompañada de la que parecía ser su nieta. Yo, lógicamente, no presté la menor atención ni a la señora ni a la chica, y me dediqué a lo que había ido a hacer. De repente, la abuela comenzó a dar saltos de alegría:

—¡Qué maravilla! ¡Qué bien veo! Parece mentira que haya podido manejarme sin ellas.

Llevaba unas gafas puestas, así que me pareció de lo más normal. Pero la joven que la acompañaba estaba muy sonrojada y las dependientas se mordían los labios para evitar echarse a reír descaradamente. Cuál no fue mi sorpresa, al mirar con más atención, cuando me percaté de que la pobre mujer sólo se estaba probando una moldura sin cristal.

¿Te das cuenta? Nos quejamos de que no hacemos más que estamparnos contra las farolas porque no las vemos. Pero, en realidad, lo que ocurre es que sólo vemos lo que queremos ver.

Mi tercera visión fue en el metro. Una mujer madura entró en el mismo vagón que un joven que llevaba una barra de cortina. La carcajada general fue tan escandalosa que interrumpió mi lectura.

Observé todo cuanto estaba a mi alrededor, tratando de comprender qué hacía tanta gracia, hasta que reparé en que la buena mujer se había sujetado a la barra que llevaba el muchacho pensando que era el asidero del vagón, y el pobre chico (rojo como un tomate) se esforzaba en mantenerla erguida, para evitar que la dama se rompiera las narices contra el suelo.


¡Y es que no miramos por dónde vamos!, y nos agarramos a cualquier cosa con la intención de encontrar nuestra estabilidad.”