“Unos lo llaman 'destino', otros 'Dios'.
También lo denominan 'universo' o 'naturaleza'.
Yo lo llamo 'VIDA'.
Y la vida nos manda señales todos los días.
Sólo hay que prestar atención y saber
interpretarlas.
Ir contra-natura es contradecirlas.”
©Miriam
Lavilla - 2014
Ya en 2007,
cuando escribí “Aceptamos marido como animal de compañía” hablé de ello. Hoy
vuelvo a confirmarlo releyendo:
“Estoy
convencida de que la vida nos muestra muchas veces el camino que debemos seguir
a través de escenas que pone ante nuestros ojos y en las que somos incapaces de
reconocer una revelación. Las observamos y las encontramos de lo más
cotidianas, sin analizarlas como se debiera.
El otro día
fui a pasear al monte con mi perro. Nos encontramos con una cabra cuyos cuernos
se habían quedado atrapados en una alambrada que separaba el monte de la
carretera.
Fui a por mis
herramientas y, con mucho esfuerzo, logré cortar la alambrada y dejar libre a
la pobre cabra que me miraba con ojos aterrados (sobre todo a los alicates).
La cabra,
lamentablemente, quedó al otro lado de la red, es decir, en la parte de la
carretera. Chillé, corrí tras ella, intenté sostenerla por los cuernos y
arrastrarla hacia el monte, animé a mi perro a que la asustara, me dio una
hermosa coz y acabé de bruces contra el barro. Nada. Me quité el jersey y
comencé a torearla:
—¡Accca, uuuuu! ¡Accca! —Pero la cabra se
dirigía derechita a la calzada.
Me metí en
el coche y empecé a pitar con furia. La cabra me miró con aires de superioridad
(le faltó sacarme la lengua) y siguió su camino tan contenta hacia la autovía.
Yo quise
ayudar a la cabra, eso está claro, pero ¿Y LA CABRA? ¿QUERÍA LA CABRA MI AYUDA?
La segunda
visión fue en la óptica el día que fui a graduarme las gafas. Allí había una
señora de unos setenta años acompañada de la que parecía ser su nieta. Yo,
lógicamente, no presté la menor atención ni a la señora ni a la chica, y me
dediqué a lo que había ido a hacer. De repente, la abuela comenzó a dar saltos
de alegría:
—¡Qué
maravilla! ¡Qué bien veo! Parece mentira que haya podido manejarme sin ellas.
Llevaba unas
gafas puestas, así que me pareció de lo más normal. Pero la joven que la
acompañaba estaba muy sonrojada y las dependientas se mordían los labios para
evitar echarse a reír descaradamente. Cuál no fue mi sorpresa, al mirar con más
atención, cuando me percaté de que la pobre mujer sólo se estaba probando una
moldura sin cristal.
¿Te das
cuenta? Nos quejamos de que no hacemos más que estamparnos contra las farolas
porque no las vemos. Pero, en
realidad, lo que ocurre es que sólo vemos lo que queremos ver.
Mi tercera
visión fue en el metro. Una mujer madura entró en el mismo vagón que un joven
que llevaba una barra de cortina. La carcajada general fue tan escandalosa que
interrumpió mi lectura.
Observé todo
cuanto estaba a mi alrededor, tratando de comprender qué hacía tanta gracia,
hasta que reparé en que la buena mujer se había sujetado a la barra que
llevaba el muchacho pensando que era el asidero del vagón, y el pobre chico
(rojo como un tomate) se esforzaba en mantenerla erguida, para evitar que la
dama se rompiera las narices contra el suelo.
¡Y es que no
miramos por dónde vamos!, y nos agarramos a cualquier cosa con la intención de
encontrar nuestra estabilidad.”
2 comentarios:
Ainssss que bonitas cosas cuentas Míriam. ... desde hoy iré ojo avizor
Jajajajaja!!!!
Síiiiiiiiii, Maribeeeeel, hazme caso, cariño mío!!! que es verídidico!!!
Yo, llevo muchísimas en estos últimos meses... no las he hecho caso y así me va!!!!
La última? Pues fíjate: ¡¡GRANIZO COMO BOLAS DE GOLF EN PLENO MADRID UN DÍA DE JULIO!!
Esooooo... de todas todas es UN AVISO IMPORTANTE, ÑIÑA!!!
Te quieroooooooooooooo,
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