domingo, 30 de noviembre de 2014

Padre, perdóneme porque soy PATRIOTA.

He de confesar que, aunque desde pequeña, adoré la literatura, no me llamó la atención, especialmente, la poesía. La lírica no era lo mío.

De estudiantes, tuvimos que leer, obligatoriamente, todos aquellos poemarios de conocidos autores para pasar los exámenes de bachillerato, pero a mí no me llegaban.

Desde aquí, agradezco profundamente a Joan Manuel Serrat que, por aquellos años, sacara un disco sobre canciones de letras de Antonio Machado. Eso sí fue una buena contribución a mi educación y mi cultura. Gracias a mi profunda e incondicional admiración por el cantante, llegué a valorar y disfrutar de la obra de uno de nuestros mejores escritores.

Y, si conoces ésta, a fondo, podrías llegar a asegurar, con total firmeza, que el poeta era un patriota casi radical. Profundamente enamorado de su país.

Desconozco los ideales políticos de Machado pero no me dio nunca la impresión de que fuera simpatizante de ninguna vertiente (sí quizás su hermano Manuel pero muy discretamente).

El caso es que todo esto me ha hecho pensar en el patriotismo. ¿Qué y quiénes son patriotas?

No quiero pecar de inocente. Pero yo siempre me consideré una patriota. Una de esas personas que, cuando pasa más tiempo del habitual, fuera de su patria, echa de menos el verde. El verde de los campos, de los olivos; añora el azul. El azul del cálido mediterráneo. El turquesa del cantábrico y la blanca espuma del bravo atlántico.

El sol de invierno, esa luz ambarina que se cuela a puntillas entre los visillos. Que se acerca al sofá para abrazarte durante las siestas de los domingos. ¡Las siestas! ¡Esa práctica tan española!.

Ese rubio halo que reposa sobre los tejados, dilucidando la ropa tendida en las cuerdas, las bombonas de butano, las macetas…

Ese sol abrasador del verano. Las terrazas de los bares a rebosar de gente tomando “la fresca”… Los hombres mirando de reojo a las jovencitas ligeras de ropa amparándose de la vigilancia de sus esposas, tras unas gafas oscuras.

Los bares. Esos sitios donde jamás te sientes un extraño. Donde todo el mundo vocifera lo que opina y, a veces, hasta se dirigen a los demás por sus nombres. O no. O te llaman “rubia”, “guapa”, “flaca”…

¡Hasta los atascos!. Los de la salida, por la mañana, al trabajo. Los de la hora de la comida. Los de regreso… y lo entretenido que es dar vueltas por el barrio, coincidiendo con los vecinos, acordándose de sus muertos, como se le ocurra aparcar al pobre mentecato en el único sitio libre que habías visto.

Las radios de los vecinos…, las teles… esa banda sonora de nuestras vidas. Ese “gol” que te rompe los tímpanos, ¡Los gritos que metemos por cualquier cosa!, que parecemos a Sofia Loren y Marcello Mastroniani en cualquier película de los cincuenta o sesenta. Todos y cada uno de los nombres de los hijos de las vecinas cuando se asoma para anunciar que la cena está servida.

Y tú que ya lo sabes. Porque el aroma a croquetas, a ajo, a comino, a pimentón, a canela te viene a saludar. (No se come en ninguna parte como en España!!!) Y hablando de perfumes... ¡Qué bien huele España! Especialmente, tras la lluvia... me encanta el olor a tierra mojada.

Las palomas. Esas descaradas gorronas que atestan fuentes y ocupan plazas enteras. Las gaviotas… Las cigüeñas y sus enormes nidos en las antenas, los campanarios, los tejados de las ermitas.

El metro, los solistas acompañados de sus guitarras, entrando en los vagones y alegrándote el día si cantan una que tú ya sabías. Esa chica que se monda de la risa sola, leyendo un libro. Ese niño que lleva un globito atado a la mano… Los enamorados en los parques, comiéndose a besos. Las colas de gente cargando con las palomitas, a la entrada de los cines.

Las tiendas de los barrios, donde siempre eres bien recibido y donde se escuchan todas las quejas que constantemente nos acompañan a todos los españoles. Desde la más insignificante “me están matando estos zapatos” y pasando por lo “carísimos que están la luz, el gas, los impuestos…” hasta llegar al gobierno y, de nuevo, a Hacienda.

Soy una enamorada de mi nación. Y de mi gente. Y me causan mucha envidia todos aquellos patriotas que presumen de bandera y cantan con orgullo sus himnos. Resulta que en los míos, en España, deben estar mal vistos. Es demodé, vintage, casposo o peor: revolucionario, sectario y provocador.

Sé que han habido, últimamente, (durante bastantes años), multitudinarios grupos de personas que se han apoderado de mi bandera. Que la izan en ciertas manifestaciones que dan “yuyu” (sí... a mí también me dan yuyu).

En el nombre de la bandera se exigen muchas barbaridades. Y el himno va unido a ella.

Pero me gustaría instar a los demás. Esos que decidieron dejarse robar su patriotismo, sus raíces. Esos que permitieron que tales aberraciones/estupideces/necedades fueran esponsorizadas y patrocinadas por la bandera, ¿por qué no la sacan a la calle para decir lo que piensan también? De hecho, se opine lo que se opine, lo está diciendo un español y no sé para vosotros pero para mí es muy respetable. De hecho, es sagrado: nadie como un español ama a su pueblo tanto y nadie como él para tratar de luchar por mejorar su tierra.

Confieso que el día que ganamos los mundiales de fútbol se me saltaban las lágrimas de ver las banderas, ondeando al viento, sujetas por cientos de personas exultantes de felicidad. ¿Tenemos que ganar un puñetero partido para eso? ¿Es que sólo nos es útil la bandera para que se nos identifique en los festivales de Eurovisión?

Nadie tiene mi permiso para robarme el patriotismo. Para usar mi estandarte con el fin de ensuciarlo, para poner en mi boca sus palabras sólo por decorarlas con mi mismo emblema. Por ornamentar sus ideales con mis colores.

Nadie tiene derecho a abochornarla. Ni a prohibírmela.

España no es el PP, ni el PSOE, ni UPyD, ni IU… España somos todos. España es el pueblo. ¡VIVA ESPAÑA Y LA MADRE QUE PARIÓ A TODOS LOS ESPAÑOLES! (azules, rojos, verdes, amarillos, rosas... ¡Todos! incluso los que no quieren serlo).

Por cierto, según las estadísticas, me temo que nos queda muy poco tiempo para disfrutar de ella y del himno. En breve, todos cantaremos la Internacional e izaremos la bandera republicana o la hoz y el martillo. Sí, como los borréééééééééé-gos.

Nos convertiremos en un pueblo sin pasado y sin presente…
Y eso, queridos míos…

Se lo pone un tanto difícil al futuro.