domingo, 10 de mayo de 2009

La Guerrera


Como lo prometido es deuda, ahí os va un capítulo totalmente inédito de mi segunda novela (aún sin publicar).

Prestad atención a esta gran vengadora.

Espero que os guste.


G, de guerra
"Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo."
[Napoleón Bonaparte]

"Para hacer la paz se necesitan por lo menos dos, mas para hacer la guerra basta uno solo."
[Arthur Neville Chamberlain]


Candela (que no era otra que Gabriela) es una "mala compañía", según tu madre.

----Bueno, pues Carmela o como se llame, me da igual. El caso es que dime con quien andas y te diré quien eres ----eso dice.

Pero a ti te parece divertida. La verdad es que si no fuera por las cosas que se le ocurren, la vida te resultaría la mar de monótona y aburrida.

Aún recuerdas el día que se le ocurrió venir al cole con un paquete de "Coronas". Os fuisteis al servicio y después de fumaros el cigarrito, tirasteis la colilla en la papelera. Os obligó a fumar a todas y os dio una tos espantosa. Patty se puso a vomitar.

Al cabo de unos minutos saltó la alarma de incendios en el colegio. La directora estuvo haciendo sus investigaciones hasta que preguntó a la persona adecuada: Lola.

Lola cantó La Traviata. Explicó, con todo lujo de detalles, cómo Gaby había robado, del bolso de su madre, el paquete de tabaco. Le detalló la marca, el color de la boquilla, el sabor, quienes habíais fumado y hasta que Patty echó la pota.

Todas os quedasteis sin salir de casa durante un mes entero, sin ver tele, y con las faltas correspondientes por mala conducta en los expedientes académicos.

Otro día Gabriela vino con la genial idea de hacer "novillos".

"Novillos" era irse al parque del retiro a alquilar una barca mientras tocaba clase de mates.

Alquilasteis tres barcas: en una de ellas ibais Amanda y tú. En la segunda Carolina, Martita y Helia. En la tercera Patricia y Gabriela (por supuesto, obviasteis invitar a Lola).

Desconoces el motivo por el cual a Carolina se le ocurrió cambiarse de barca pero el caso es que, en el momento de ir a pasar de una barca a otra, estas comenzaron a separarse lentamente.

Carolina se quedó con las piernas abiertas de par en par y con el pie derecho metido en un bote y el izquierdo en el otro, hasta que ¡zas! El lago se la tragó por completo (mochila y abrigo incluidos).

Gaby, no sabes si por creerse responsable o porque era la verdadera heroína del grupo, se lanzó al agua para salvar a Carolina. El caso es que las dos llegaron empapadas a casa. De nuevo las llamadas telefónicas entre las madres y una vez más pasó el correspondiente mes de castigo sin salir y sin tele.

Gaby, desde luego, no era una chivata. Antes hubiera muerto que delatar a nadie.

El día que a Amanda se le escapó una carcajada en mitad de la clase de lengua, la señorita Olvido miró a Gabriela. Había apoyado su codo sobre el pupitre y, con su mano, tapaba la boca.

La señorita la expulsó fuera de clase ya que la postura de la susodicha elementa era la mar de sospechosa.

----Yo no he sido ----avisó ella.
----¿Ah no? ----ironizó la profesora----. ¿Entonces quién? ¿Quién va a ser sino tú? ¡La misma de siempre!
----Yo, no, he, sido ----desafió en tono amenazador.
Lo malo es que la ordenó marchar al patio y estaba nevando.

Os pasasteis la clase entera mirando por la ventana. Gabriela llevaba su falda escocesa del uniforme muy corta y, justo bajo las rodillas, las medias azul marino. El cabello lacio yacía sobre sus hombros completamente empapado. La imagen era desoladora aunque la mueca de su cara os recordaba mucho a la de Robert Mitchum en el Cabo del Miedo.

Gabriela pilló una severa neumonía y tuvo que guardar cama durante casi veinte días. Pero, al regresar al cole, no guardaba rencor alguno a Amanda. Sin embargo, sí se le ocurrió pasar por casa de la señorita Olvido.

Os retó a que todas hicierais un pis en la misma puerta. Gaby se esforzó un poco más y decoró, con una enorme caca, el felpudo sobre el que rezaba la palabra: "Bienvenidos".

En la puerta, con espray rojo de los que se utilizan para hacer grafiti, se mostraba la chorreante y sangrienta sentencia: "Olvido, no te olvido".

Por supuesto, la señorita Olvido no pudo ni imaginarse que habíais sido vosotras pero sospechas que tuvo sus razonables dudas al toparse por los pasillos con la escalofriante sonrisa de Gabriela.

En el bachillerato, Gabriela continuó haciendo de las suyas: robando exámenes de la sala de profesores. Fumando en los servicios. Escondiendo cervezas en el pupitre. Ocultándose en la última fila de la clase de religión para echar un vistazo al Kama Sutra. Peleándose con todos los chicos (les atizaba de lo lindo por cualquier bobada). Recogiendo firmas para que echaran a la profesora de griego, al de latín, a la de historia, para que cerraran las bases militares, para que nos sacaran de la OTAN, para que no edificaran frente al parque... Nunca estaba conforme con nada. Y, lo peor, es que a vosotras os tenía recogiendo firmas y con el puño el alto todo el santo día.

Fue capaz de saltar la valla del centro para prender fuego al chaquetón de chinchilla de la directora. Podría haber sido cualquiera, eso es verdad, pero el pequeño detalle que la señaló como culpable fue que, en gimnasia, bajo el chándal reglamentario, solía llevar una camiseta donde había un cachorro de zorro que lloraba preguntando: "¿Te gustaría ponerte un abrigo con la piel de tu madre?".

Ni tan siquiera el mes de expulsión y la multa fueron comparables al suplicio que el pobre Abelito padecía a causa de estar en guerra con ella.

Abel era pequeño. Tenía vuestra misma edad pero apenas alcanzaba el metro y medio de altura. Por otra parte, su madre debía tener muy mala uva ya que Abel generalmente vestía con un polito bajo una rebequita tejida a mano, unos pantalones cortos (que a veces sustituía por unos bombachos a cuadros escoceses) y unos jorgitos azul marino que mostraban unos calcetines de ganchillo blancos. Casi daba gusto verle vestido con el uniforme (aunque continuara diferenciándose del resto porque era el único que llevaba los pantalones cortos). Todo eso, más las gafitas de pasta amarilla y culo de vaso, ajustadas a la sesera con una goma azul y la mochila con los teleñecos serigrafiados, le hacían ser el blanco de todas las novatadas, risas o bromas pesadas.

Abel era un fenómeno. Sacaba matrícula de honor en todo, exceptuando gimnasia. Nada de esto hubiera sido impedimento para que Gabriela lo aceptara en su grupo, pero un día cometió el peor de los errores.

Estudiabais a Carlos Marx y su teoría sobre el capital y tuvisteis que hacer un trabajo con un comentario de texto.

Abel se enroló en la peligrosa hazaña de catalogar a Marx como a un soñador ingenuo y a su teoría como a una utopía, ya no solo imposible de realizar, sino perjudicial para la economía de cualquier país.

----Como podemos leer en su siguiente texto ----razonaba impecablemente Abelito---- es nocivo para una nación afirmar que hay enajenación en el trabajo. Que el trabajo es externo al trabajador, que no pertenece a su ser. Que en el trabajo un obrero no se afirma, sino que se niega, que no se siente feliz, sino desgraciado y que no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Desde el punto de vista sociológico y filosófico o, si se prefiere, político, se debiera alentar a los profesionales a trabajar de buena gana, en aquello en lo que les plazca y en desarrollar ideas y medidas para ayudarlos a que puedan trabajar libremente por cuenta ajena o a que puedan disponer de un negocio propio porque, de hecho, son ellos los que sostienen la economía de su patria.
----¡Patria! ----escupía Gabriela mientras escuchabais la lectura----. ¡Una grande y libre! Madre mía, lo que hay que oír...
----Esto, más avivar el odio entre clases sociales resulta igualmente inicuo y arriesgado ----continuaba Abel---- ya que la clase obrera, para trabajar, necesita que los capitalistas inviertan en negocios y puestos de trabajo. Es una medida poco, o nada, equitativa la de abolir la propiedad de los medios de producción y sustituirla por el trabajo social. Quizá él pensara que de este modo se evitaría el poder en manos de un sector que determinara la explotación de otro, ya que hay que tener en cuenta la situación histórica que entonces lo rodeaba. Pero a mí más bien me parece que el poder político iba a tener que brearnos a impuestos, ya que nada se sostendría económicamente por sí mismo.

Aquel trabajo le valió una nueva matrícula de honor pero, muy a su pesar, también la incondicional enemistad de Gaby.

Gabriela se pasaba las clases enteras agujereando el privilegiado cráneo de Abelito, ayudada de un canuto que torpedeaba granos de arroz. Escribía notas con letras de periódico y las metía en la cartera de Abel: "abÉL, malDITO cReTino, MORirAs cOMo el sEr inSIGNificANTe que ERes".

Clavaba chinchetas en su pupitre, o sacudía el polvo del borrador del encerado y, a cada paso, una vocecita pedía auxilio desde alguna clase vacía: Gabriela de nuevo había colgado a Abelito de algún perchero.

Tú tuviste algo que ver en el futuro de Abel. Se le daba tan bien todo que no sabía qué carrera elegir. Le sugeriste que estudiara algo realmente difícil como ingeniería aeronáutica o medicina. Abel se decantó por la última.


Gabriela tenía una teoría infalible: la fuerza de la mujer reside en sus lágrimas. Cuanta más capacidad tenga para zollipar compulsivamente más facilidad va a tener para conseguir todo cuanto se proponga. Así que, frecuentemente, cuando alguna tenía un problema gordo, ella le recetaba su remedio: "tú lo que necesitas es llorar".

Entonces invitaba a la sufridora del momento a su casa y ponía en el vídeo beta su película favorita: "Los Girasoles" de Sofía Loren y Marcello Mastroniani. Todas pasasteis por aquello.

Resultaba que cuando había una escena donde tú te reías a carcajada limpia, ella sacaba el pañuelo dispuesta a dejar correr un grifo de lágrimas:
----¡Pobrecillos, qué contentos están, no saben lo que les espera! Ya verás, ya verás lo que viene ahora...

No lograste averiguar si esto os reforzaba pero, desde luego, ella se lo pasaba bomba gimoteando sin tregua.

Gabriela tenía una hermana mayor, con la que se llevaba más de diez años. Apenas teníais trato con ella, en primer lugar, por la diferencia de edad y, en segundo, porque a ella le parecíais unas pequeñas delincuentes dignas de la mayor de las indiferencias. Eva, que así se llamaba, había sido, por añadidura, la hija ideal. Buenísima. Obedecía en todo a sus padres. Si estos le ordenaban llegar a casa a las nueve, ella llegaba media hora antes. De hecho, el mismo día antes de casarse se presentó en casa a las nueve en punto.

Gaby decía que lo de tener una hermana tan buena era una lata porque no solo no le había abierto ninguna puerta, sino que, desgraciadamente, se las había cerrado todas. No hacía más que escuchar el viejo cuento: "Yo no sé lo que habré hecho mal contigo, hija, mira tu hermana, un sol. Las dos educadas de idéntica manera y ¡qué distintas!".

Así que Gaby llevaba el horario de recogida a casa por "la hora de Canarias", como decía ella. La verdad es que era un fastidio. A veces la pobre muchacha tenía que salir del cine, corriendo a todo gas, con la película a medias.

Hasta que un día, decidió "ganarse a pulso" un horario de salidas, normal y corriente "como el de todo el mundo".

El sistema era el siguiente:
1.- Sus papás le mandaban llegar a casa a las nueve.
2.- Ella llegaba a las nueve y media.
3.- Ellos la castigaban un mes entero sin salir.
4.- El primer día que le permitían salir de nuevo, le aconsejaban no retrasarse más de las nueve en punto.
5.- Y ella volvía a llegar a las nueve y media.
6.- Ellos volvían a castigarla otro mes.

Y así sucesivamente hasta el infinito.

A veces ocurría que os lo estabais pasando genial y los treinta días de penalización habían merecido el sacrificio. Pero en otras ocasiones la tarde había resultado ser tan rollo que todas os marchabais a las ocho.

----Paula, anda ----te suplicaba----. ¡Quédate un ratito más conmigo! Que tengo que llegar a las nueve y media...
----¡Pero Gaby! ----lamentabas tú---- ¡mujer, vete a casa y así no te castigan!
----¡Ni hablar! ----ponía mueca de orgullosa soberbia----. ¡No se vayan a creer estos que he claudicado!

Así que se quedaba tiritando en el banco de enfrente de su portal, esperando a que llegara la hora peninsular.

El caso es que, poco a poco, fue consiguiéndolo, con mucha constancia y tesón. Tú lo que crees es que, al final, sus padres ya se hacían los olvidadizos sobre la hora. O se hacían los tontos y no miraban el reloj cuando regresaba, por la pereza que les daba montar el viejo número de siempre.

Aún hoy te ríes cuando recuerdas a su padre en los últimos años:
----Pero, hijas, ¿me podéis explicar qué hacéis hasta las cuatro de la mañana?
----Papá ----se quejaba ella---- ¡yo soy la única que vuelve a las cuatro! Las demás no tienen hora de entrada.
----Pero, ----se volvía loco----¡yo es que no lo entiendo! ¿Qué puede haber a las cuatro de la mañana?
----La verdad es que nada ----tratabas de echar un lazo a tu amiga---- el ambiente en las discos empieza a eso de las cinco o cinco y media.
----Pues, me lo ponéis mejor ----parecía haber hallado la solución---- os vais a la cama prontito, os despertáis a las cuatro y media, os arregláis y luego os vais a la discoteca fresquitas y bien descansaditas.
----Por lo menos, déjela hasta las siete ----apoyaba Yolanda---- Fíjese usted si eso es pronto, ¿qué hay más pronto que las siete de la mañana?

En el viaje de fin de curso a Mallorca, Gabriela se enrolló con un compañero de clase: Josemi. Estabais encantadas porque Gaby recuperó la paz perdida y la estabilidad emocional. Hasta Abel halló la felicidad más sublime.

Y cuando todo iba de maravilla y teníais que volver, al muy incauto se le ocurre confesar que tiene novia en Madrid, Inés. Gabriela se pasó la última noche sollozando amargamente en la habitación. No recordabas haberla visto llorar tanto desde el primer día de guardería "No mi buta nara eto".

Todas os quedasteis junto a ella. Tú tomaste su mano.

----¡Pero pasa de él!, ¡que le den pomada! y vamos a quemar la noche, que es la última ----aconsejó Amanda, en su línea---- mi ligue tiene amigos que están cañones.
----¡Vete, anda, vete! ----Gabriela echó chispas por los ojos----. ¡Márchate tranquila, mala pécora, no te preocupes por mí!
----Vamos a ver, Gaby, esto estaba previsto ----argumentó Helia---- tienes diecisiete años. ¿No creerías que te ibas a casar con este tío y que ibas a ser la madre de sus hijos? Lo que tienes que pensar es que fue bonito mientras duró y ya está.
----¡Ni fue bonito ni duró! ----gritó ella.

Todas hicisteis señas a Helia para que callara de una vez, mientras escuchabais a Gabriela desempeñar el papel más desgarrador de Scarlett O'Hara:
----No puedo perderlo, no. Mañana pensaré qué hacer ----se sonó enérgicamente---- Hoy lloro, pero mañana pensaré.

Durante el vuelo de regreso a Madrid, Gaby no pronunció palabra. Debía estar pensando. Pronto os enteraríais de qué. Después de tragaros una vez más Los Girasoles con el paquete de Kleenex sobre la mesa de su comedor.

Tenía muchos planes. Uno de ellos era hacerle imposible la existencia. Josemi tenía que reconocer que su vida era una completa mierda si Gabriela no estaba dentro de ella.

Al principio, lo tienes que reconocer, fue recreativo. Pero después os visteis involucradas en un incesante ir y venir de venganzas indiscriminadas que no os conducía a ningún puerto.

Lo primero que hicisteis fue pinchar las cuatro ruedas del coche de Josemi. De este modo, no podría acudir a la primera cita con su chica, después del viaje.

Lo segundo fue esconderos en el portal de su casa, esperando a que bajara para salir. Como durante los primeros fines de semana aún no tenía coche, tenía que coger el autobús pero siempre, en el instante en que este llegaba, alguna de vosotras lo llamaba para pedirle un cigarro, preguntarle la hora, hacerle una consulta sobre el día del examen de historia... El resultado era que siempre llegaba tarde porque nunca pillaba el primer autocar. Y era el "14", que ya lo decía tu abuela: "Niña, ¡eres más pesada que el 14!".

Lo tercero fue robarle los deberes de la mochila durante los recreos. Así que el pobre nunca los llevaba hechos. Eso, al principio, luego Carolina acostumbraba a quitarle el bollo y Marta decidió que no necesitaba el dinero para nada.

Una mañana, durante la clase de gimnasia, Gabriela fue a las taquillas para descoser el pantalón de Josemi.

Cuando él se cambió a toda prisa no se paró a mirar su pandero, pero en cuanto subió a la clase todos empezaron a reír. El pobre muchacho pegó su trasero a la pared en cuanto se percató de lo que hacía tanta gracia y se pasó el día entero arrastrando su espalda contra los muros y pidiendo aguja e hilo, rojo como un tomate.

Por supuesto, Gabriela, muy caritativa, se prestó a ayudarlo:
----Voy a pedir una grapadora ----posó su amiga mano en el hombro del muchacho---- ya verás qué bien queda.

Al cabo de diez minutos llegó con la grapadora y le dijo:
----Ahora vas a tener que ir al servicio de las chicas y darme los pantalones, mientras te los grapo.

Jamás se le ocurriría pensar que todas las puertas de los aseos habían sido arrancadas y que no hallaría rincón alguno tras el cual ocultarse (Gabriela se había encargado de ello previamente).

----Bueno, tranquilo ----le dijo Gaby---- total, estás en gallumbos, no te voy a ver nada que no quieras... Además, después de lo que ha habido entre nosotros, ya hay confianza, ¿no?

El chico se estiró tanto de la camisa que parecía que quisiera llegar a ocultar sus rodillas. Gabriela sonrió y se puso a grapar los pantalones a conciencia.

De repente un destello le cegó los ojos.

Al día siguiente el tablón de anuncios del cole acaparaba la atención de miles de alumnos expectantes: la imagen del pobre Josemi en "mini", con gesto apurado y los párpados apretadamente fruncidos en el aseo de las chicas.

Como Josemi seguía sin darse cuenta de que su vida no tenía sentido sin Gabriela, un día lo perseguisteis para averiguar adónde salía con su chica.

El siguiente paso fue haceros amiguitas de Inés.

Inés era tan "virginal" como la Inés de Don Juan. Tan buena, tan paciente, tan benevolente...

Resultó coser y cantar conseguir que Inés llegara tarde siempre a las citas con Josemi o que, muchas veces, ni llegara.

Gabriela se mostraba insultante de felicidad cada vez que la escuchaba entonar en cualquier cabina telefónica:
----Hoy no puedo ir... es que Amanda está muy deprimida. Ya... pero es que ha discutido con Íñigo, me necesita...

Después vino lo de buscar amigos guapos que tiraran los tejos a Inés.

Inés era dura de pelar. O, bueno, tal vez es que era un poco mema. El caso es que a pesar de recibir miles de llamadas de chicos impresionantes constantemente y de no haber sido en su vida más piropeada, ella seguía con su Josemi entre ceja y ceja.

Por tanto, tuvisteis que "manipular" la cándida mente de la pobre Inés sobre la inconveniencia de salir con Josemi.

----No sé ----aconsejaba Olivia---- yo creo que es un chico con muy poco espíritu. Debías apuntar más alto, tú te mereces algo más. Además, es flojo en los estudios, no llegará nunca a nada.
----¡Imagínatelo jiñando! ----decía Helia----. A mí, si me los imagino jiñando, me dejan de gustar automáticamente.

Y como ni por esas... Gabriela determinó "atacar" del modo más barriobajero.

Cotilleó a Lola que había logrado averiguar que Josemi estaba loco por Amanda y que tenía pensado dejar a Inés por ella. No podía fallar. Amanda tendría que tirarse a su chepa porque Josemi era muy mono.

Lola se encargó de que, en apenas dos días, hasta el bedel supiera que Josemi estaba enganchado hasta las cejas por Amanda.

Amanda empezó a inflarse como un globo aerostático, sobre todo, cuando estabais con Inés.

----Tu no te preocupes, Inés ----decía tranquilizadora----. Un chico jamás nos separará.

La inocente de Inés estaba realmente convencida de que Amanda jamás se la jugaría y, sobre todo, confiaba en el pobre Josemi, que no se enteraba ni del No-Do.

Pero Gabriela puso la última banderilla. Se dirigió al mejor amigo de Josemi: Pancho, para contarle que Amanda estaba perdidamente enamorada de Josemi y que sufría mucho viéndolo salir con Inés. Eso sí que aceleraría las cosas. A Josemi, como a todos, le gustaría variar, de vez en cuando.

A Lola le vino el cuento de que Amanda y Josemi se habían estado besando una tarde en la que Inés no salió porque tenía que estudiar y, claro, una buena amiga no permitiría que Inés hiciera el ridículo de aquella manera, por tanto, tenía que contárselo inmediatamente a la interesada.

Pero los hechos que sucedieron fueron distintos: Pancho debía ser de un patrón muy parecido al de Amanda. ¿Para qué narices le iba a contar a Josemi que ella estaba perdidamente enamorada de él, si su amigo “ya estaba pillado” y él podría ofrecerse gustoso como voluntario para consolar a la bella damisela? Y a Amanda le vino de perlitas el rollete con ese espabilado para dar celos a Íñigo, que la había dejado por otra.

Inés se quedó hecha una verdadera piltrafa. Era una María Magdalena andante pero creyó en los juramentos de Josemi y siguió saliendo con él. Claro, también ayudó que Amanda se compadeciera de voz en grito de la lástima que le daba el pobre Pancho, al que habría dejado destrozado después de haber “degustado las mieles de su boca”.

----¡Esta chica es boba de remate! ----escupía Gabriela----. ¡Pues no va y le perdona esa cornamenta!
----Vamos a ver... ----aclaraba Helia----. Es que es mentira...
----Pero, ¿y ella qué sabe? ----se crispaba Gaby----. ¡Podía ser verdad perfectamente!


Por aquel entonces pegaba fuerte la canción de Mecano, La fuerza del Destino, que Gabriela hizo suya.
----Es nuestra canción. Mía y de Josemi ----hacía descansar su cabeza en un hombro----. ¿No os habéis dado cuenta de que el destino siempre nos une?
----Vamos a ver... ----volvía a cortar el rollo Helia---- el destino... el destinooo... es mucho decir. Es que nos lo encontramos en todas partes porque lo seguimos a todos los sitios.

Gabriela se tuvo que conformar con que Inés y su novio salieran juntos dos años más. Pero estuvo la mar de entretenida mientras tanto: llamaba a los restaurantes donde había reservado previamente Inés para cancelar la reserva. Escribía notas que metía en la cartera del muchacho con frases tipo: "Me lo pasé muy bien anoche contigo. Te echo de menos. Vuelve hoy y trae más condones". Avisaba a los porteros de las discotecas donde iban que "el chico que vestía vaqueros y sudadera gris llevaba drogas para traficar dentro de la sala". Incluso recetó a Inés una crema estupenda que le iba a dejar sin un solo grano y que al final le puso como una paella...

Gabriela suele invitarte a su casa y, mientras pone música en la cadena, te alienta a que hagas diana con los dardos sobre la foto de Josemi e Inés. Y a ti de repente te empieza a dar una lástima infinita. Pena de la pobre Inés, que no se merece la mala racha que está pasando, del desgraciado ese y de ti, que tienes cosas mucho más importantes que hacer.

Es realmente agotador tener una amiga como Gabriela. Llevar todo el día el rifle cargado y tener que otear a izquierda y derecha donde pueda aparecer un enemigo resulta agotador. Sobre todo, si te encariñas con las víctimas.

Además, has observado que ya casi nadie quiere quedar con ella, todas están tan hartas como tú de sus ideas. Está más sola que la una. Las vibraciones negativas que una persona expulsa de sí al final regresan a ella. Vamos, que es lo mismo que escupir hacia el cielo y, digo yo, que no te complacerá nada recibir el escupitajo si permaneces a su lado.