martes, 13 de septiembre de 2011

"EN EL OTOÑO AZUL" (Marian, eres una tramposilla)



Este verano he estado más vaga que nunca...
Bueno, hablando en el sentido “literario” porque sólo con preparar tanta maleta, hacerlas, deshacerlas, lavar la ropa, plancharla y volverlas a hacer... ya me he proporcionado un 'curro' extra.

Eso sin contar con que, en todos los sitios, he estado en pisos y apartamentos (he tenido que hacer camas, limpiar, cocinar, fregar y, en una ocasión (de una semana) he coincidido con TRES HOMBRES y, ya sabéis: un hombre = un trabajo)

Llevarme el ordenador, me lo he llevado, desde luego, pero usarlo... poco, muy poquito. Ahí sigo pegándome con la tercera y re-corrigiendo las requete-correcciones de las correcciones corregidas.

Para el tercer veraneo (tercero, sí y, además, todos ellos haciendo escalas en El Escorial, morid de la envidia!) sólo tenía una semanita. Cortita, cortita. Así que decidí llevarme un libro cortito-cortito que, además, decía ser de relatos cortos (valga tanta redundancia)

Eso era lo ideal para no desconcentrarme demasiado y no desconectar de todo sumergiéndome en una lectura que exigiera análisis profundos y extensos.

¡¡Vaya chasco!! De eso nada!!!!

“EN EL Otoño AZUL” es un libro que exige máxima concentración, análisis exhaustivo y, además, lectura, re-lectura y mesilla (o cajón) para descansar los sentidos. Para reposar los sentimientos que provoca.

Es un libro desconcertante, inesperado, tan original que llega a despistarte.

A simple vista y, comenzando desde la primera narración, parece un libro de relatos, sí. Pero, enseguida te das cuenta de que un “relato” (propiamente dicho) por breve que sea, siempre tiene un principio y un final y, en este libro, muchos de los, llamémoslos “capítulos”, son fotografías de un instante. Un flash-back. Un recuerdo, una imagen, un color, una sensación, un escalofrío, un dejá vu... un aroma.

Para muestra, un botón:

Página 19. Capítulo: “Sin pisadas”
“Sin pisadas”... el largo paseo por la playa se dejó sentir; acelerando la marcha, volvió la vista atrás con intención de “contar” las pisadas... la mujer no encontró ninguna tras ella...


Precioso, ¿verdad? Pero engañoso, también.

Lo lees y te maravillas “¡Qué bonito y qué sencillo!” Pero dejas reposar esa impresión y te estremeces al pensar lo que verdaderamente significa: Una mujer que no deja huella. Que vuelve la vista atrás y no ha dejado recuerdo alguno de su paso por el tiempo.

Eres una tramposilla, Marian Arija Santamaría. Y se me antoja que, también, una mujer muy linda. Porque, mira, eres tramposa, ¡hasta para elegir la foto de la portada!. Te intuyo guapa, por fuera, aunque tengo casi que echar imaginación. Pero, leyéndote, puedo afirmar que eres bellísima por dentro. Por el lado de las costuras. Que es lo que a los lectores más nos interesa.

Así lo corroboras con relatos como “El niño y la nube”, “La noche del eclipse” (en la que todo un pueblo está en vela esperando un eclipse de luna y, en una habitación de hotel, ajenos a todo el revuelo, hay clientes alojados que buscan, emocionados, un recuerdo, una carta) Y, al final, también encuentran su particular “eclipse”. El eclipse del pasado: entre las lágrimas que emborronan las letras del papel y la firma que, con el paso del tiempo, también se ha borrado.

Soberbios pasajes como “La profesora”, “El viaje de bodas”, “El rey de las barbas rojas”, no quiero dejarme tampoco el primero: “El magnate” (¡Qué susto cuando leí “gran jefe”! Yo también tengo uno en la dichosa tercera que no acaba nunca.

Ahora, que también eres inteligente y lo haces latente en “Sobre... las decisiones”.

Y tramposa, otra vez (una y mil veces tramposa) cuando uno empieza a encontrar coincidencias. No sólo se repite la estación otoñal y el color azul... también la habitación 113, los idilios de “apenas dos minutos”, el ramo de flores que se recibe y el que descansa sobre la mesa metálica, animando a la protagonista a recibir un futuro mejor. Los atracos exitosos y los robos fallidos con chivatos y delatores. El orfanato, el centro... Una muerte vista desde ambos lados, un par de capítulos repetidos (“Escribir, Escribir” y “Estamos en el aire... escribir, escribir” y “En la fotografía” y “Pascua navideña”)

¡Tantos detalles! Que, ahora que lo pienso, mi querida tramposilla, quizás más que eso, lo que seas es generosa. Tan humilde que no has querido sobresalir en tu papel de autora, sino que has deseado regalarnos un puzzle, los jirones de una novela que hemos de escribir nosotros, retazos de un relato único de valor incalculable. Como si fuera una película de Alejandro González Iñárritu (Babel, Amores perros...)

Claro que tal vez sea echarle demasiado "cuento" a la cosa (siempre fui un poco Antoñita la fantástica) Se me ocurren hijos de personas malogradas de una u otra manera, que rastrean en los recuerdos; gente que ha coincidido en un momento dado o en cierto lugar; aquel idilio de apenas dos minutos (aunque Julia Román tendría que ser Lola o viceversa); O que el mismo sitio donde estuvo Lola y su "amante instantáneo" sea el valle donde el esposo compra una casa. O la mujer "sin pisadas" que decide tirarlo todo por la borda, calculando lo que le resta de vida, en un trabajo, bajo las órdenes de un ser inhumano al que le ha permitido la humillación más devastadora. No sé... ya te digo que has logrado dejarme "cazando moscas".

Pero, además de bella, tramposa, inteligente, generosa y humilde, lo que sí eres es envidiable. No sabes lo que he disfrutado de tu lírica, de tu poesía. Me la he bebido a sorbos.

¡Si me vieras en la playa! Leía una página, cerraba las tapas, las hacía descansar sobre mi regazo, pegaba párpado contra párpado, respiraba hondo, me quedaba un rato quieta, quieta... volvía a abrir el libro...

Gracias, Marian. Mil veces gracias.

Tenía que compartirlo con todos vosotros. Si estáis hartos de las mismas historias, de los mismos ecos, de las mismas memorias (históricas e histéricas) de los mismos apellidos, de idénticos estilos... este es un libro que podéis regalaros.

Ojalá os guste tanto como a mí y os parezca tan, tan, tan, tan corto que le pidamos a gritos a Marian quince más (o uno de quinientas páginas, por favor)

¡Ánimo, Marian! y, con respecto a tu pregunta:

Sí. No algún día, no. Eres escritora desde que naciste. Llevas ese don "clavado" en el alma.