Un metro y sesenta y pocos centímetros de payaso integral
llenito de defectos, desde el primer al último milímetro. Voy envejeciendo con
dignidad (que no es moco de pavo) y puedo olvidar echarme cremas antiarrugas cada
noche pero no doy el día por finalizado si no he hecho reír a carcajadas a mi
‘keko’ y a mi costilla.
Gata de nacimiento con sangre baturra por las venas,
con morriña gallega eterna hasta los veraneos, valenciana de acogida en el
corazón, catalana por devoción y dispuesta siempre a enamorarme del agüita
andaluz (como cantaba Sabina).
No sé si cabezona (sí) pero apasionada (también)
para todo cuanto hago. Necesito pasión en mi vida para estudiar, trabajar,
escribir, montar una juerga flamenca,
amar, odiar, conversar, discutir... ¡Hasta planchar! (siempre tengo
mucha “plancha” necesitaría 36 horas al día para acabar lo que empecé y comenzar
lo que ya tenía que haber terminado)
El día que la pasión me falte, me jubilo
fijo. Es esa pasión la que me hace llevar con el mismo hombre más de veintitrés
años y que aún vuelen mil mariposas en el estómago cuando me mira. O que sienta
celos (sí, también celosa) del aire que respira. Adoro tanto a mi hijo que a
veces me lo comería (no sé si a besos) y otras me arrepiento de no habérmelo
comido: El tío “Quienme” (¿Quién me trae un vaso? ¿Quién me lleva los esquís?
¿Quién me lleva la tabla de surf? ¿Quién me…?)
Soy la pequeña de un par de medianos y no me refiero
a los hobbits. Reyes destronados por
arriba y por abajo, por delante y por detrás. Tal vez eso les hiciera ir por la
vida de duros, con el corazón por el lado de las costuras. Cada día les
agradezco lo bien que nos enseñaron y educaron a mi hermana y a mí y la
infancia tan linda que nos regalaron. Los tres son mi equilibrio, mi paz, mi
calma, un lugar donde refugiarme cuando me dejo guiar por la cruz del norte en
lugar de por la osa mayor. Para ellos (sobre todo, para él) yo siempre fui el
tormento ("Le he prometido una peregrinación a la Virgen del Pilar, andando, si te casas... pero, ojo, que si lo haces pronto..., ¡voy y vuelvo a la pata coja!")
Tengo muchos vicios: hablar hasta debajo del agua,
fumar como un carretero, beber como un cosaco, mi familia, mis amigos, mi
sobrina, mi gente del Facebook, ¡el teléfono!, mi filantropía (soy capaz de
morir en el intento de defender la inocencia del gilipollas más grande del
mundo, la mayoría de las batallas las pierdo), mis chuchines (me falta un hijo
y me sobra un perro) pero más que tener hijos me gusta “intentarlo” (ese es
otro vicio) y no pienso dejar ni uno hasta que un matasanos venga a cortarme el
rollo.
Enganchada hasta las cejas con la vida (tanto que,
en ocasiones, duele) y antes me muero que perderme un amanecer, una luna
redondota y naranja, un atardecer ‘salpicado de sangre’, unas brazadas en mar
salada, unas bajaditas de montaña nevada, cuatro bolazos, los rayos del sol en
mi cara, los bichos peludos y de cuatro patas, los niños o un charco.
Mi regla de oro siempre ha sido y seguirá siendo: “Lo mejor de la fiesta es la víspera. Hay que
preparar todos y cada uno de los detalles, por pequeños que sean, con
entusiasmo. Contando los días, las horas y cada minuto que falta.
Cuando llega la
fecha, hay que sorberla hasta el último trago.
Y, cuando se
acaba, no hay que lamentarlo. Tienes una oportunidad maravillosa de vivirlo una
y mil veces... recordándolo".